Para su creador, el hexagrama era el exponente del momento en que se lo obtenía, más aún de lo que podrían serlo las horas señaladas por el reloj en ese segundo; o las divisiones del calendario.
Por cuanto se entendía que el hexagrama era un indicador de la situación esencial que prevalecía en el minuto en que se originaba.
Este supuesto implica cierto curioso principio al que he denominado sincronicidad, un concepto que configura un punto de vista diametralmente opuesto al de causalidad.
Dado que la causalidad es una verdad meramente estadística y no absoluta, que es una suerte de hipótesis de trabajo acerca de la forma en que los hechos se desarrollan uno a partir de otro.
En tanto que la sincronicidad considera que la coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo significa algo más que el mero azar.
Deduzcamos de este relato…